lunes, 30 de enero de 2017

Los restos del día, de Kazuo Ishiguro

                La novela Los restos del día, del autor británico de origen japonés Kazuo Ishiguro, recibió el premio Booker en 1989, año en que se publicó. Es una novela poco extensa, de 256 páginas.
                Ambientada en la Inglaterra posterior a la II Guerra Mundial, narra la historia de un mayordomo, míster Stevens, que por primera vez en mucho tiempo, dispone de una semana libre para hacer un viaje. Queda muy bien reflejada en la obra la vida y el funcionamiento del servicio doméstico de la clase alta, las tareas del oficio de mayordomo, así como las preocupaciones políticas de la época.
                El protagonista es el propio narrador. Y en este caso, encontramos una de las figuras, desde mi punto de vista, más difíciles de perfilar en una novela: el narrador poco fiable. No es más que la subjetividad del protagonista llevada a un extremo, pero pienso que, técnicamente, es muy difícil conseguir el efecto perfecto. Y, en este caso, está conseguido. Y bien conseguido, de tal forma que el lector tendrá que leer entre líneas, averiguar lo que no se dice, el por qué pasa lo que pasa, y, por último, y no menos importante: por qué la novela se titula así.
                La trama está estructurada en forma de diario, donde el narrador va transmitiendo sus vivencias diarias, intercalando el presente con distintos episodios de su pasado, que al final convergen para completar la historia.
En cuanto al estilo, acompaña perfectamente tanto al personaje como a la función que desempeña y la época en que vive: pulcro y refinado. Los diálogos tienen la máxima corrección posible (por eso de la flema inglesa).
El tema principal podría sacarse de una palabra que hacer reflexionar al protagonista: la dignidad y lo que para él significa. Toda la vida del protagonista gira en torno a dicho concepto, y aunque cada lector encontrará su propia lectura de la historia, la dignidad siempre estará flotando e impregnando todas las situaciones.
                Es una historia psicológica, introspectiva. La exposición de unos hechos vividos de una forma que, con el paso del tiempo, toman su verdadero significado. La grandeza de esta novela no está en lo que hay escrito, sino justo en lo que falta: lo que no se dice, pero el lector supone, lo que el narrador calla, pero el resto de personajes apuntan. Al margen de la empatía que se puede generar con el protagonista, el lector vivirá la novela como una experiencia en la que nada es lo que parece, buscando el significado de todo lo que sucede, el cual se va descubriendo poco a poco.
                Me ha gustado mucho. No es una lectura alegre, pero incita a reflexionar sobre la vida del protagonista, y sobre la vida en general. Muchas de las situaciones, de una u otra forma, pueden resonar en el lector y abrir puertas que, tal vez, llevaban tiempo cerradas. Días después de terminar esta lectura, aún hay frases y situaciones revoloteando por mi cabeza.
                Absolutamente recomendable.

jueves, 19 de enero de 2017

La guerra interminable, de Joe Haldeman

                Publicada en 1974, La guerra interminable, del escritor estadounidense Joe Haldeman, fue galardonada con los premios Hugo, Nébula y Locus. Consta de 448 páginas.
                No es ninguna barbaridad constatar que las obras literarias están íntimamente ligadas a las vivencias y ciclo vital de sus autores, y en este caso concreto, tenemos un ejemplo especialmente ilustrativo: el autor fue un veterano de la guerra de Vietnam que fue gravemente herido durante el conflicto, y que a raíz de eso (y de algunos otros motivos, supongo), decidió crear una obra de ficción e impregnarla con sus sensaciones. El género elegido fue la ciencia ficción, y los paralelismos que existen entre esta novela y la realidad de la guerra de Vietnam junto con las reflexiones del autor, están visiblemente patentes.
                El protagonista de la novela es el soldado William Mandella, quien a su vez es el narrador en primera persona de la historia. El punto de vista elegido en este caso es ideal, ya que es la forma perfecta de calibrar el efecto que la narración tendrá sobre el lector, y el autor ha cumplido su cometido. ¿Por qué? Porque es la mejor forma de mostrar (y no explicar) determinadas situaciones como el sinsentido de la guerra, la existencia vacía, el desapego, la falta de adaptación a los cambios... y muchos otros temas que son los que más me han cautivado.
                El protagonista se muestra al lector como un soldado que no está donde quiere estar, y al que le suceden cosas sobre las que tiene poco o ningún control. Su punto de vista no está exento de cierto humor mezclado con fatalismo. Lo mismo ocurre con la mayor parte de los personajes de la novela.
                La trama abarca, si no recuerdo mal, más de un milenio. ¿Cómo puede ser eso? Aquí entran en juego los conocimientos técnicos del autor (estudió Física), y junto con la explicación del efecto que tienen sobre el tiempo los viajes a velocidad de la luz (según la teoría de la Relatividad), la narración hace que varios años de la vida del protagonista, con algunos de esos viajes por medio, acaben siendo varios siglos.
                Eso me lleva al apartado de la tecnología. Muy elaborado. La descripción de la misma, su evolución, el armamento, los viajes espaciales y sus efectos sobre el ser humano... está todo cuidado con mimo, formando parte de un ambiente también muy bien cuidado: planetas inhóspitos, vida dentro de naves espaciales que viajan durante años y años, combates en lugares en los que nadie tiene interés...
                La historia, sin desvelar ningún detalle que el lector no pueda averiguar leyendo cualquier sinopsis, trata de la confrontación de la raza humana con una raza alienígena. La evolución de dicha confrontación y los cambios ambientales y personales que suceden durante la misma, son el núcleo principal de esta novela.

                Seguro que no seré el único aficionado a la ciencia ficción que habrá comparado esta obra con Las tropas del espacio del brillante Heinlein. Partiendo de que ambas novelas tienen muchas similitudes en la historia, en mi caso particular, diré que La guerra interminable es claramente anti-militarista, mientras que la obra de Heinlein, que en su momento fue catalogada como un folletín fascista y claramente pro-militarista, yo también la consideré una obra anti-militarista, aunque dicho mensaje era muy sutil y fácil de confundir con lo contrario. Sin embargo, como novela, la de Joe Haldeman me ha parecido mejor. No sé si por el ritmo de la narración, o por la personalidad del protagonista, o por el apartado técnico. Pero el resumen es que la he disfrutado más. De hecho, me ha sorprendido gratamente encontrar esta obra de la que no esperaba gran cosa, y que me ha proporcionado un buen rato de entretenimiento y algunas reflexiones interesantes sobre la guerra, el ser humano y la sociedad en general. La recomiendo.

lunes, 9 de enero de 2017

Esperando a los bárbaros, de J. M. Coetzee

                Esperando a los bárbaros es la segunda novela que cae en mis manos del Premio Nobel sudafricano J. M. Coetzee. La otra, Desgracia, leída hace algunos años, la recuerdo con una sensación agridulce. Buena historia, pero melancólica. Veamos lo que he encontrado en este caso:
                La novela fue publicada en 1980. Tiene 204 páginas, lo que la convierte en una obra poco extensa, ideal para desconectar del mundo real, conectar con la historia y pasar un rato agradable compartiendo las reflexiones de este maestro de la Literatura.
                La historia tiene lugar en una localización no especificada, en un tiempo no especificado. Se puede pensar que describe el país natal del autor, pero en ningún momento lo menciona. Por mi parte, opino que el hecho de que no se indique lugar es un detalle del autor que intenta mostrar que no es eso lo importante de la historia, sino lo que sucede. Y así es. Se sabe que es un lugar fronterizo del Imperio, cuya riqueza proviene de un lago, un oasis cercano. Podría estar ubicado en cualquier lugar del mundo.
                El protagonista, el magistrado de dicho puesto fronterizo, lleva una vida apacible, en paz con su gente y con su entorno, hasta que la visita de la policía con noticias de “una inminente incursión de los bárbaros” comienza gradualmente a cambiar el status quo. El protagonista es un hombre de edad avanzada. Es también el narrador de la historia, y toda la novela está impregnada de su visión y sus opiniones respecto a lo que sucede. De esta forma, toda la historia es, por decirlo de alguna forma: “interna”. Suceden cosas, pero el lector las percibe a través del filtro del protagonista.
                Los personajes, aparte del protagonista-narrador, no están muy desarrollados, lo cual es lógico en una obra de este tamaño, pero sí están lo suficientemente bien definidos como para quedar perfectamente encajados en el entorno y añadir colorido y profundidad a la historia.
                Son varios los temas que se tratan en esta obra, y es que, pese a que es relativamente corta, también es profunda. Se puede ver cómo el miedo irracional perturba las costumbres y hace aflorar lo peor del ser humano, cómo la individualidad no puede nada contra el grupo, cómo la vejez cambia la forma de ver las cosas, cómo las buenas intenciones no siempre son bien interpretadas... todo eso he encontrado, y mucho más. Y seguro que cada cual encontrará su pequeña joya dentro de la historia, pues no hay moraleja. Como toda buena obra, la moraleja, si la hay, debe quedar escrita en la mente del lector, no en el papel del escritor.
                El estilo es pulcro, detallista, muy cuidado. Los detalles son los suficientes como para crear el impacto deseado, sin excesos y sin carencias, aunque debo advertir que hay algunas escenas algo crudas. Todo ello narrado con un ritmo suave que               hace avanzar la historia sin acelerones ni pausas prolongadas.

                En resumen, una buena historia para disfrutar de una rato agradable. Aunque no sea una lectura alegre (Desgracia tampoco lo era), es una obra apta para reflexionar sobre algunos temas que, independientemente de la época, nunca pasan de moda, y se repiten una y otra vez a lo largo de la Historia de la humanidad. Tal vez se puede ver la historia como una metáfora de los problemas que genera la falta de comunicación, o bien la poca predisposición a la comunicación cuando hay un ente superior que es el que ordena y manda. Otra más de las reflexiones que me inspira...