jueves, 14 de agosto de 2014

Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez

                El Premio Nobel de Literatura no se lo dan a cualquiera, y tras leer Cien años de soledad, doy mi aprobación a quienes decidieron otorgarlo a Gabriel García Márquez, el autor, cuyo arte da una de sus mejores muestras en esta novela.
                Cien años de soledad es una obra fuera de lo común, de las que se sale de los estándares y parece funcionar con otras normas. Si bien el análisis técnico que voy a hacer es bastante convencional, definir los puntos en los que sobresale me llevaría a varias horas de escritura, y no es esa mi intención en este blog.
                El narrador cuenta la historia en tercera persona. No aplica juicios de valor, simplemente narra los hechos desde su conocimiento de cómo sucedió todo. A veces usa un toque humorístico, pero en general es bastante “higiénico”, no se nota su presencia, y no contamina la historia con sus opiniones.
                Respecto al ambiente: todo tiene lugar en un lugar indeterminado y ficticio llamado Macondo. El hecho de que sea ficticio no quiere decir que no tenga una base real, pues la tiene, y bien sólida. Podría ser la descripción de cualquier aldea situada en algún lugar de Iberoamérica. Macondo es una aldea fundada por los personajes de la historia, y es ahí y en sus alrededores donde vivirán sus andanzas.
                En cuanto a los personajes, no son otros que los fundadores de dicha aldea y sus generaciones posteriores. La familia Buendía-Iguarán son los protagonistas. Si ahora mismo me preguntaran cuáles son los mejores personajes que me he encontrado en una novela, técnicamente diría que éstos, los de Cien años de soledad. Rebosan humanidad, pasión por lo que hacen, tristeza, soledad… todo aquello que los hace tan humanos como si estuvieran vivos de verdad. Desde mi punto de vista, de ahí proviene la fortaleza de la historia, de esos personajes con vida propia, sus sufrimientos, sus alegrías (no muchas en esta historia, todo hay que decirlo) y su relación con el entorno.
                De los personajes viene uno de los “fallos” de la novela que yo no veo como tal. Al igual que en la vida real, los descendientes suelen heredar el nombre de los padres, abuelos…, y eso hace que muchos de los personajes compartan nombre y apellido, lo cual hace fácil que el lector se pierda entre los personajes. Para agravar la situación, la trama no es lineal, sino hay saltos en el tiempo hacia atrás y hacia adelante, con lo que a veces es fácil confundir a un personaje con su abuelo, o con su hijo. Simplemente estando atento, se limita esta confusión, pero reconozco que en algún momento yo también me he quedado sin saber de quién se estaba hablando.
                La historia, como ya he dicho, trata sobre lo que sucede en Macondo, y eso es todo, que no es poco. La evolución de la vida ahí, desde la creación de la aldea, ofrece alguna conexión puntual con sucesos reales, y el tratamiento de los mismos es magistral. Aparecen temas que dan mucho que pensar sobre patriotismo, religión, valores morales, familia… también aparecen mezclados sucesos fantásticos, pero están tan entrelazados con la historia y son tan cotidianos para los personajes, que no destacan entre el resto de lo que sucede.
                Me ha gustado esta lectura, la he disfrutado. Era muy fácil entrar dentro del escenario que planteaba el narrador y vivir la historia. En cuanto al tamaño, no llega las 500 páginas, por lo que la considero de tamaño medio, y no le falta ni le sobra nada. Recomendada.