martes, 29 de noviembre de 2011

Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño

            Nos encontramos ante un escrito complejo, denso, dífícil de leer. El autor chileno recibió entre otros, el premio Herralde por esta obra.

            La novela está dividida en tres partes: la primera es el diario de un joven estudiante llamado García Madero, el cual entra en contacto con un grupo de poetas que siguen una corriente denominada “real visceralismo”. La segunda parte –la más extensa- cambia de enfoque y pasa a ser una narración con múltiples narradores, en la que cada uno de ellos cuenta, en primera persona, no sólo su vida, sino los acontecimientos, a través de sus ojos, relacionados con dos poetas llamados Arturo Belano y Ulises Lima. Cada uno de los narradores indica siempre algún detalle de su relación o el momento de la vida en que dichos poetas aparecieron en su vida, aunque sea fugazmente. En este momento, la complejidad de la obra alcanza altas cotas, pues se genera bastante confusión dada la cantidad de personajes que aparecen, junto con el cambio de narrador.

La trama, aunque es principalmente lineal, también hace algunos retrocesos en el tiempo, lo que aumenta aún más la dificultad para el lector de asimilar la historia que se cuenta.

Por último, en la tercera parte, se vuelve a hacer un retroceso en el tiempo y vuelve al diario del joven, con el que concluye la historia.

La lectura es complicada y en algunos momentos hará al lector reflexionar sobre quién es cada personaje e incluso volver hacia atrás para poder seguir el hilo de la historia, pero pese a ello, ahí radica uno de los puntos fuertes de esta obra: la perfecta definición de cada personaje, poder ver dentro de cada uno de ellos. Especial mención para los dos poetas protagonistas, que son el nexo de unión de toda la historia. El detalle radica en que ellos no aparecen nunca como narradores, sino que lo que se sabe de ellos es a través de la percepción del resto de personajes.

Otro detalle interesante de esta obra es el título, pues conforme se avanza en la obra, cada vez parece tener menos sentido, pero cuando se acerca el final es cuando se sabe por qué la historia se llama “Los detectives salvajes”.

El peculiar estilo del autor hace que la lectura sea amena, si bien algunos personajes se exceden y dan un poco el coñazo con tecnicismos literarios o listas interminables de escritores latinoamericanos o tendencias literarias. Pese a todo, el ritmo de la narración es fluido y no decae a lo largo de las 622 páginas que tiene esta obra.

En cuanto al ambiente, está muy determinado por cada uno de los personajes, y aunque la mayor parte de la historia transcurre en México, también hay partes de la historia que tienen lugar en otros países de Latinoamérica, así como en Estados Unidos, Israel, Francia, España y algún país de África.

Tras acabar la novela, no da la sensación de haber leído una historia, sino varias, cada una de las cuales es una pieza de un puzle que encaja de alguna forma con las demás. Dicho puzle, que se verá completo al final y no antes, es la historia subyacente de la novela.
Una gran obra y un excelente ejercicio literario, aunque, por poner alguna pega, diría que es fácil perderse entre la amalgama de personajes y perder el hilo. Requisito imprescindible para disfrutarla es estar totalmente concentrado en la misma.